Una «sociolingüística cognitiva» es aquella que, siguiendo las pautas generales de la lingüística cognitiva, se preocupa especialmente por el estudio de los mecanismos cognoscitivos implicados en el procesamiento y el uso lingüísticos contextualizados. Esta sociolingüística dedica una especial atención al conocimiento y la percepción que los hablantes tienen de la lengua en su uso social, incorporando información relativa a los entornos comunicativos, a los procesos de interacción, a la variación y al cambio lingüísticos, y al modo en que ambos son percibidos. Una sociolingüística cognitiva se preocupa de los entornos en que se producen las manifestaciones lingüísticas, del modo en que influyen sobre ellas y de la percepción subjetiva que los propios hablantes tienen de esos entornos y de las lenguas que conocen y que usan. Graciela Reyes (2002) ha hablado, desde la pragmática, de reflexividad sobre lo que se quiere decir y sobre los procesos de selección lingüística. El acontecer del uso lingüístico ha de localizarse en un ambiente (contexto) que puede ser natural o social y que refleja la dualidad humana, la realidad del homo loquens (Lorenzo y Longa 2003): el contexto natural o físico encierra las condiciones externas que actúan sobre la lengua (factores favorecedores y constricciones negativas); la conciencia social actúa como medio ideológico conocido por el hablante, entendiendo que el conocimiento del sistema forma parte de la dinámica del sistema. A su vez, esta conciencia social se manifiesta en dos niveles: el de los atributos de los hablantes, como actores individuales, incluida su capacidad de conocer y de conocerse (cognoscibilidad humana) (Giddens 1982), y el de las representaciones colectivas (Durkheim 1893), entendidas como relaciones supra-individuales que conectan ideas o creencias.
En el ámbito de las creencias se pone de manifiesto la relevancia de lo cognitivo para la sociolingüística. Las creencias y las percepciones del hablante inciden sobre su conducta lingüística. Si los etnógrafos afirman que un actor no es un imbécil desprovisto de juicio, la sociolingüística cognitiva afirmaría que el hablante no es un «locutor imbécil desprovisto de juicio lingüístico», con toda la crítica que ello encierra hacia el generativismo o, más genéricamente, hacia el inmanentismo. El hablante dispone de creencias –sobrevenidas o creadas por él mismo– que afectan también a la capacidad de auto-considerarse como objeto. Esta es la base del conocido concepto de «self», de George Herbert Mead (1934), porque el self presupone un proceso social –la comunicación– y surge con el desarrollo y a través de la actitud y de las relaciones sociales. La comunicación y la lengua –su principal instrumento– son esencia, sustento y producto de la interacción social. Las características de cada lengua y las diferencias interlingüísticas son consecuencia del contexto y de la interacción social. Los sistemas lingüísticos experimentan tendencias internas que la interacción permite, frena o moldea. Es cierto que existen universales –principios y parámetros–, pero solamente se observan o manifiestan los que la interacción permite.
Por otro lado, una sociolingüística cognitiva ha de explicar cómo se originan los procesos de categorización de los objetos lingüísticos y sociales. Según Schütz (1974; 1999), el uso mismo de la lengua supone una tipificación que los hablantes construyen al manejarla en su comunidad. En cualquier situación de la vida cotidiana, una acción viene determinada por tipos o categorías constituidos en experiencias anteriores, ya que las personas tipifican rutinariamente y se auto-tipifican también desde un punto de vista lingüístico. Para el antropólogo Evans-Pritchard (1961), las sociedades siempre disponen de elementos de regularidad que ayudan a las tipificaciones y categorizaciones. Todo ello tiene puntos de contacto con, pero se sitúa muy lejos de, la base sociológica que ha ha venido inspirando a la sociolingüística variacionista de origen estadounidense.
El desarrollo de una sociolingüística cognitiva exige la aplicación de conceptos como los de «prototipo», «categoría cognitiva», «centralidad», «ejemplar», «modelo» o «construcción», entre otros (Langacker 1987; Lakoff 1987; Cuenca y Hilferty 1999). A partir de esta base conceptual, sería posible afrontar los conceptos teóricos de «comunidad de habla», «clase» y «agrupación social» o «variable» y «variante sociolingüística», entre otros, de un modo diferente al de la sociolingüística más convencional. La sociolingüística cognitiva supera la parcelación epistemológica de la disciplina, que buscaba una adaptación a cada objeto de estudio, para proponer un denominador común a todos los análisis sociolingüísticos. Coulmas (2005) intentó hacerlo utilizando como eje de la investigación el concepto de «elección lingüística», pero una teoría basada en el modelo de la elección racional no es suficiente para el estudio de la lengua y la comunicación. Es imprescindible combinar ese criterio con el de la categorización, la percepción y la acomodación, aportando un elemento subjetivo imprescindible para la comprensión de la conducta lingüística. Además, el carácter integrador que se intenta imprimir a esta propuesta obliga a aceptar, de un modo conveniente, toda una diversidad de objetos de interés, que van desde el discurso político, la lengua y la visión del mundo o la variación sociolingüística, a la percepción de las variedades lingüísticas. Ese es el reto.
Extraído de
© Francisco Moreno Fernández. Sociolingüística cognitiva. Proposiciones, escolios y debates. 2012.